"Nos basta su misericordia"
D. Juan Antonio Menéndez presenta su primera Carta Pastoral como obispo de Astorga
En la mañana del 8 de marzo el Sr. Obispo ha presentado a los medios de comunicación su primera Carta Pastoral como prelado asturicense titulada “Nos basta su misericordia”. Acompañado de los Vicarios General y de Pastoral D. Juan Antonio ha resaltado en primer lugar que el tema de la carta ha venido determinado por la celebración del AÑO Jubilar de la Misericordia convocado por el Papa Francisco. De esta forma he querido destacar que mi magisterio episcopal, como no puede ser de otra manera, está en el sentir con el Santo Padre y con toda la Iglesia universal.
El Sr. Obispo explica que “Nos
basta su misericordia” es mi primera carta pastoral a la diócesis de Astorga.
En el momento de escribirla, quería dejar constancia de mi agradecimiento por
la acogida que sacerdotes, religiosos y laicos me han dispensado: he vivido el
comienzo de mi ministerio episcopal como una experiencia de fraternidad
eclesial.
El
tema de la carta ha venido determinado por la celebración del AÑO Jubilar de la
Misericordia convocado por el Papa Francisco. De esta forma he querido destacar
que mi magisterio episcopal, como no puede ser de otra manera, está en el
sentir con el Santo Padre y con toda la Iglesia universal. Mi misión de obispo
es servir a la comunión de la Iglesia.
En
el título de la carta, “Nos basta su misericordia”, resuena los ecos del Año
Teresiano recién clausurado. Santa Teresa decía: Sólo Dios basta. Recientemente
el Papa ha escrito el libro “el nombre de Dios es misericordia”. El Dios que
nos basta es el Dios Misericordia, el Dios Amor. También resuena en este título
la frase de san Pablo: “te basta mi gracia” (2Co 12,9). Por eso el título de la
carta quiere fijar la atención en Dios, en su infinita ternura, en la
inmerecida misericordia que tiene con nosotros. Y hacerlo en primera persona
como comunidad: nos basta, a nosotros. Sería mi deseo que el título moviese a
los lectores de la carta a sentirse unidos a mí para juntos, como diócesis,
poder exclamar: “Nos basta su misericordia”.
La
carta se articula en cuatro capítulos. He querido dedicar el primer capítulo a
nuestra debilidad, a nuestro barro. Sin este primer acercamiento no se puede
entender en su justa medida la acción misericordiosa de Dios que todo lo
restaura y sana. Son muchas nuestras fragilidades. Por la fe sabemos que tienen
su origen en el pecado, en el alejamiento de Dios. El pecado es siempre
personal, acto libre del hombre. Pero el pecado personal tiene consecuencias
sociales, crea situaciones desordenadas. Así lo hemos dicho los obispos
españoles en el documento La Iglesia
servidora de los pobres. Hay una crisis de Dios y de fe. Pero esa crisis
afecta a la concepción del hombre que olvidado de la trascendencia se ve
abocado a una oferta consumista que lo aísla en sí mismo. Afecta a la ética
que, olvidando la búsqueda del bien moral en aras a libertad absoluta, cae en
el relativismo, en el “todo vale”, en el “depende”. Afecta a la familia con el
debilitamiento de la institución del matrimonio, con la ambigüedad en la relación
de autoridad entre padres e hijos, con las dificultades en la transmisión de
valores. Afecta a la sociedad con la lacra de la corrupción, ese mal que se
anida en gestos cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos. Afecta
incluso al planeta, pidiendo de nosotros una conversión ecológica.
La
crisis tiene dos manifestaciones bien concretas entre nosotros: el desempleo y
el despoblamiento. La precariedad e inestabilidad laboral es una realidad cada
vez más frecuente. El declive del sector minero, la caída de la actividad
agraria y el cierre de empresas privan del derecho al trabajo. El paro es
generador de pobreza, inestabilidad social y enormes desigualdades y provoca frustración. Junto con ello, vemos También
el despoblamiento de muchas de nuestras comunidades y el envejecimiento de la
población.
En
el fondo de toda situación de pecado hallamos siempre personas
pecadoras. Por eso, todas nuestras debilidades son una llamada a reconocer el propio
pecado personal y social, es más, reconocernos pecadores.
Es
de este mundo con debilidades y fragilidades del cual Dios tiene misericordia.
Por eso he dedicado el segundo capítulo de la carta pastoral a reflexionar
sobre su acción misericordiosa. Dios, en las páginas de la Biblia, se ros
revela como misericordioso, entrañable. En la plenitud de los tiempos envió a
su Hijo Jesús. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”, dice el
Papa Francisco. Jesús es comprensivo, solidario, se le conmueven las entrañas
ante las necesidades y desgracias humanas. Él anuncia y concede el perdón de
Dios a los hombres. Ese perdón de Dios nos cura las heridas y restaura nuestro ser,
fortaleciendo la voluntad y reorientando la existencia por el camino recto,
haciéndonos capaces de ser misericordiosos como el Padre.
La Iglesia vive de esa misericordia divina. En
ella están los sacramentos como auténticos tesoros que nos ayudan y fortalecen:
el bautismo que hizo hijos de Dios, el Sacramento de la Penitencia por el que,
siempre pecadores, podemos reconciliarnos con Dios y la Eucaristía como
alimento de fuerza para los débiles. Y en ella recibimos la indulgencia,
concedida por el Papa en la Bula del Jubileo, como misericordia que restaña las
consecuencias que el pecado deja en nosotros.
Toda la Iglesia, que recibe la misericordia de
Dios, está llamada a hacerse portadora de esa gracia que recibe. En el tercer
capítulo de la carta pastoral he querido escribir sobre ello. Estamos llamados
a salir de nosotros mismos en una doble dirección. Por una parte, salir al
encuentro de la indulgencia divina. A este fin, hemos abierto la “puerta de la
misericordia” en cuatro templos jubilares, uno en cada zona pastoral: en la
Catedral y además en la Basílica de Nuestra Señora de la Encina en la zona
pastoral del Bierzo, en el Santuario de la Virgen de la Carballeda en la zona
pastoral de Zamora y en el Santuario de las Ermitas en la zona pastoral de
Galicia.
Y, por otra parte, salir al encuentro del
hermano necesitado. Siguiendo la propuesta del Papa Francisco, meditar las
obras de misericordia que nos ha dejado la tradición de la Iglesia, resumidas
en siete corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento,
vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los
presos, enterrar a los muertos; y siete espirituales que afectan más
directamente a nuestra condición de pecadores: dar consejo al que lo necesita,
enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las
ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los
vivos y los difuntos. Junto a estas obras tradicionales, he querido proponer
algunas para el momento presente: ayudar a descubrir la fe en Dios a quien no
la tiene o la ha perdido, ayudar a mantener la unidad y la fidelidad en la
familia, mostrar a los jóvenes el verdadero camino del bien moral que conduce a
la felicidad auténtica, procurar empleo a quien no lo tiene, respetar y
proteger la vida humana en todos los tramos de su existencia y colaborar por la
consecución de una sociedad más unida, más justa y más fraterna.
Al tomar conciencia de nuestra debilidad
personal y comunitariamente y hacer resonar el anuncio gozoso de que Dios ha
tenido misericordia de nosotros, esperamos como fruto de la celebración del
Jubileo una mayor conversión de nuestra diócesis para ser la Iglesia que el
mundo actual necesita.
No quise concluir la Carta Pastoral sin
dedicar una mirada a la Virgen María. A ella se dedica el cuarto capítulo. Los
cristianos la hemos llamado siempre “Reina y Madre de Misericordia”. En las
páginas del Evangelio la encontramos llena de gracia, preocupada por las
necesidades de los demás en acciones concretas, llena de perdón. Muchos
cristianos han experimentado rezando a María en sus santuarios la ternura de Dios. Los cuatro templo jubilares
de la diócesis están dedicados a María en sus advocaciones de la Majestad, la
Encina, las Ermitas y la Carballeda. Esas casas de María han sido y son hogares
de misericordia.
Expreso finalmente mi deseo de que la Carta
Pastoral sea una ayuda para la celebración de este Año Jubilar de la
Misericordia.
Momento de la presentación acompañado del Vicario General y del Vicario de Pastoral
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