Mensaje del Papa Francisco
para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2014
Mensaje del
Papa Francisco para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2014
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez
más «pequeño»; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los
unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la
comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace
interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces
muy marcadas.
A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el
lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar
por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la
luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya
no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación
y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas,
políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.
En este mundo, los medios de comunicación pueden
ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos
un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la
solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos.
Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre
nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden
superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros.
Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos
permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere
que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los
medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy,
cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo
inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de
encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de
Dios.
Sin embargo, también existen aspectos problemáticos:
la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad
de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno
mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una
riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de
informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso
a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación
puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de
conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las
personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios
de comunicación social –por tantos motivos-, corren el riesgo de quedar
excluidos.
Estos límites son reales, pero no justifican un
rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la
comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica.
Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión
recíproca en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto
sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar
silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien
es distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente
tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el
genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo
con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta
en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar mejor
los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión
del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la
esfera religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y
subsidiaridad, entre otros.
Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al
servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del
Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible,
aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos
de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir un
comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc.
10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de
proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el
uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la
tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano,
que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace
prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo
del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la
perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser
capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar
conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de
la comunicación como «proximidad».
Cuando la comunicación tiene como objetivo
preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos
encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado
por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola.
El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien
es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de
la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos
condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.
No basta pasar por las «calles» digitales, es decir
simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de
un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos.
Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias
comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la
comunicación.
El mundo de los medios de comunicación no puede ser
ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar
también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una
red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de
comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo
puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz
misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio
cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.
Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por
salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin
duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde
es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran
las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que
buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje
cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8). Abrir
las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital,
tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se
encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir
al encuentro de todos.
Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que
sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La
comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia;
y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación
redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo.
También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar
calor y encender los corazones.
No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando
mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de
la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y
sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia
humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las
Comunicaciones Sociales, 2013).
Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es
necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para
entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el
Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para
liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad,
atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar
convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de
vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y
tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.
Que la imagen del buen samaritano que venda las
heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como
guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno
para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos
especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos
herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital.
El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son
importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con
Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos.
En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la
información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías
renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de
Dios.
Vaticano, 24 de enero de 2014, fiesta de san Francisco
de Sales
FRANCISCUS
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