viernes, 17 de enero de 2014

«EMIGRANTES Y REFUGIADOS: HACIA UN MUNDO MEJOR»


En el año 1914, durante el pontificado de Benedicto XV, se celebra­ba la primera Jornada Mundial de Migraciones. El papa Francisco, al igual que sus predecesores, nos alumbra y estimula para la Jor­nada de este año 2014, que hace el número cien, con un mensaje de aliento y de esperanza titulado: «Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». En España hemos querido resaltar dicha efe­mérides y el servicio que ha prestado y sigue prestando al respecto nuestra Iglesia con la frase: «Con los emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor». Con ellos y al servicio de ellos ha estado nuestra Iglesia durante estos cien años.
Las migraciones y las nuevas formas de esclavitud
Es un hecho evidente la relación de la emigración con la pobreza en sus múltiples manifestaciones. El santo padre, al hacerse eco de esta realidad, manifiesta la relación con las nuevas formas de escla­vitud humana, que empujan especialmente a mujeres y niños a la prosti­tución y al trabajo ilegal. La emigración no tendría por qué discurrir en ningún caso por estos derroteros, pero la pobreza y los engaños de quienes aprovechan la pobreza para traficar con las personas son hoy, como dice el papa, «moneda corriente». Nuestra Iglesia, pre­sente en este campo mediante diversas congregaciones religiosas y otras instituciones, como Cáritas, Justicia y Paz , etc., reitera la denuncia de esta indigna explotación de las personas e invita a sus fieles y a sus organizaciones a seguir trabajando en este empeño y denunciando estas lamentables situaciones.
 La emigración, ocasión para la nueva evangelización
«Las migraciones —dice el Papa Francisco—, pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera».
 Vías de comunión
                        - Que nuestras parroquias procuren la existencia de grupos in­terculturales para que el que viene de fuera pueda ser acompa­ñado respetuosamente en su proceso de adaptación, primero, y de comunión e integración, después. Una comunidad iden­tificada con Cristo, misionera y creativa, no excluye a nadie; es más cercana a los que tienen más difícil la integración. Los espacios comunes como la escuela, el barrio o las asociaciones son unos ámbitos cotidianos que ningún cristiano debe desa­provechar.





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